René Delgado
30 Nov. 13
Un año después, la osadía y la determinación mostradas al inicio del sexenio se ven tentadas por la desesperación y el desconcierto en el ejercicio de gobierno.
La reforma de la educación no aterriza. La reforma de las telecomunicaciones no se reglamenta. La reforma hacendaria afronta la adversidad económica. Y el haber aceptado atar la reforma político-electoral a la energética amenaza con producir una legislación hecha sobre las rodillas y otra sin asegurar lo que pretende. Ambas sin destino cierto.
A esa circunstancia se suman otras cuestiones: la acción de gobierno no se manifiesta y sí, en cambio, la corrupción política y la actividad delincuencial -crímenes ambos contra la sociedad- atentan contra la esperanza, mientras la economía frena el crecimiento.
Cuando tomó posesión hace un año, Peña Nieto heredó un tremendo problema de la administración anterior deCalderón: altos niveles de homicidios, secuestros y extorsión. El nuevo Presidente tomó una primera decisión inteligente: inmediatamente le bajó el perfil al tema de la violencia para introducir en la agenda pública otros temas importantes para el país. Peña entendió que Calderón se había equivocado al haber ejercido una Presidencia monotemática, obsesionada con la guerra en contra del crimen. Resultaba urgente, y políticamente conveniente, que el nuevo mandatario dejara de hablar de violencia para concentrarse en otros temas como educación, competencia económica, telecomunicaciones, banca, petróleo, electricidad y transparencia.